domingo, julio 1

Experiencia es el nombre que le damos a nuestros ERRORES.

Aquella noche me sentí MORIR. El corazón latia muy fuerte, estaba temblando pero no tenía frío, estaba en una montaña rusa de emociones, el miedo recorría mis venas y sentía el humo en mis entrañas. Humo blanco, muerte negra. Los músculos se contraían y yo sentía que llegaba el fin. En un intento desesperado por sobrevivir agarré el teléfono y te escribí. Serías la única manera de salir de ese estado, sabía que tenías la respuesta pero no estabas conectado. Mi cabeza miraba hacia el balcón y sabía que en él no iba a encontrar la mejor solución. Me contuve en el sillón pero mi alma se lanzó. Sentí caer desde el séptimo piso a toda velocidad, sabia que tarde o temprano me iba a estrellar y ahí abajo no ibas a estar.
Empecé a desesperar cuando me percaté de que no ibas a estar porque tiempo antes yo misma te empujaba hacia el abismo más grande, con mi “Te Amo” sincero y mis lágrimas de acero. Te contemplaba caer, esperando el final, pero desplegaste tus alas y saliste a volar, mi mirada se desvió al más allá y te ví brillar con el brillo de mil lunas, mientras tu ráfaga del tiempo me hizo pisar el borde, sucumbí en la tentación de probar la magia blanca, pensando que tal vez me iba a poder escapar de mi consciencia, extirpar mi cabeza de donde está mi corazón y ponerla de vuelta en su lugar, pero nada tuvo sentido, nada, hasta el final. Me sentí morir y supe que era el peor error, no haberte dicho lo que me pasaba en la cara cuando el tiempo era el correcto. Hoy estoy acá y a cada momento me arrepiento de no estar allá. Hoy estoy acá y sé que no quiero volver a morir, me tengo que jugar, te la tengo que cantar. Es la única manera de conseguir desplegar mis alas antes de estrellarme con la realidad.

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